Don Alirio es el álter ego de Carlos Mario Mojica, barranquillero residente en la ciudad de Medellín, picotero, curador, selector, coleccionista e investigador musical con énfasis en el estudio y la protección de los sonidos de América Latina y el continente negro. Su selección musical rinde homenaje al barrio, a los bailes populares y a los sistemas de sonido ausentes de pretensiones, donde se profesa devoción a un único elemento: la música.
Definir la identidad de un barrio, de una ciudad, de un país o continente, siempre es posible hacerlo a través de la música. De esa forma nace
Don Alirio, como consecuencia de un diálogo excitante y dubitativo entre público y pentagrama, eliminando cualquier tipo de límite entre ritmos y géneros, contando historias que marquen el proceso de globalización de un universo de discos que llegaron a las costas colombianas desde la década del cincuenta.
En esa misma década nacen en las costas colombianas ‘los picós’, poderosos artefactos sónicos que, a diferencia de sus primos jamaiquinos, eran decorados con las más increíbles evocaciones esteticistas que el pulso humano haya podido lograr. Su belleza es inigualable y su ajuste orquestal, dinámico.
En términos de orientación musical, los picós lograron convertir las pistas de baile en verdaderos hervideros, incorporando cualquier género musical, sea cual sea su procedencia, configurando así una arquitectura melódica y rítmica de canciones contundentes, acompañadas de un sinnúmero de cuñas (placas) convertidas en manifiestos entusiastas de batalla.
En el polivalente y siempre inspirado ‘temario picotero’, ha habido rastros de salsa, funk, rock, disco, cumbia, hip hop, champeta, ragga, vallenato de la vieja escuela, new wave e incluso melodías románticas y folclor árabe. Un collage sonoro de paisajes africanos, atmósferas asiáticas y rarezas latinas que coincidían en la formulación de un concepto musical que hoy, seis décadas después, sigue vigente y con ganas de prolongarse.
Barranquilla y Cartagena, dos ciudades convertidas en verdaderos templos musicales, donde la militancia de los sonidos más evocadores impera, recreando un amplio catálogo de fiestas y bailes sabiamente compensados por la selección de un picotero, un relacionista público apartado del estereotipo, capaz de crear el más imaginativo, congruente y universal elogio jamás dado al corazón de la música a través de un variopinto eclecticismo sin reglas.